jueves, 22 de junio de 2017

Conduciendo a los hijos en los caminos de Dios


En 1954, la educadora Dorothy Law Nolte escribió un poema que se transformaría en un gran clásico. El poema se titula “Los niños aprenden lo que viven”. Vale la pena leerlo:
 Si los niños viven con reproches, aprenden a condenar.
Si los niños viven con hostilidad, aprenden a ser agresivos.
Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos.
Si los niños viven con lástima, aprenden a auto-compadecerse.
Si los niños viven con ridículo, aprenden a ser tímidos.
Si los niños viven con celos, aprenden a sentir envidia.
Si los niños viven con vergüenza, aprenden a sentirse culpables.
Si los niños viven con ánimo, aprenden a confiar en sí mismos.
Si los niños viven con tolerancia, aprenden a ser pacientes.
Si los niños viven con elogios, aprenden a apreciar a los demás.
Si los niños viven con aceptación, aprenden a amar.
Si los niños viven con aprobación, aprenden a valorarse.
Si los niños viven con reconocimiento, aprenden que es bueno tener una meta.
Si los niños viven con solidaridad, aprenden a ser generosos.
Si los niños viven con honestidad, aprenden qué es la verdad.
Si los niños viven con ecuanimidad, aprenden qué es la justicia.
Si los niños viven con amabilidad y consideración, aprenden a respetar a los demás.
Si los niños viven con seguridad, aprenden a tener fe en sí mismos y en los demás.
Cada frase de este poema sintetiza grandes verdades. Mientras tanto, siglos antes de Dorothy, la Biblia ya comentaba acerca de la importancia de lo que los niños viven y sobre la importancia de cuidar el rumbo, el camino por el cual nosotros, padres, los conducimos. Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará” (NVI).
Dos principios
En el corazón de este proverbio, se esconden dos principios perennes de la educación familiar: (1) es necesario que padres y madres conscientes lideren la educación de sus hijos e hijas; (2) es necesario que padres y madres eduquen a sus hijos e hijas de manera correcta.
  1. Educación familiar consciente
Ana, la madre de Samuel, parece haber comprendido la dimensión real de su papel materno cuando, al hablarle al sacerdote Elí con respecto de su alegría por el nacimiento de su hijo, afirmó lo siguiente: “Este es el niño que yo le pedí al Señor, y él me lo concedió” (1 Samuel 1:27, NVI). Bellísimas palabras que sugieren dos conceptos. En primer lugar, los hijos son una dádiva de Dios. Sí, los hijos son herencia del Señor. En última instancia, nuestros hijos no son nuestros hijos; son un regalo de Dios para nosotros. Por lo tanto, debemos cuidar de ellos con cariño y esfuerzo, pues pertenecen al Señor.
En segundo lugar, es necesario comprender que el mismo Dios que nos oye cuando le pedimos un hijo, es el Dios que nos acompaña en el proceso de conducir al niño por el camino de la vida eterna. Un padre y una madre sinceros y bien intencionados – que hacen la voluntad de Dios – siempre pueden contar con la respuesta divina a sus peticiones.  En el camino de la maternidad y paternidad, habrá momentos para clamar a Dios en favor de los hijos. En esas horas, hay una convicción: Dios oye y responde la oración de los padres y las madres.
  1. Educación familiar correcta
Por otro lado, el proceso educativo de los hijos debe ser conducido de manera correcta. En este sentido, el apóstol Pablo aconseja que los hijos deben ser criados “en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4, segunda parte). La afirmación paulina aclara que la vida familiar no es un circo ni un picnic, y tampoco, una colonia de vacaciones. En la vida familiar debe haber disciplina y amonestación.
Esta es una advertencia para los padres sobre la seriedad de la paternidad y la maternidad, pero también es un recado indirecto para los hijos sobre lo que deben esperar de sus padres. Es verdad que los hijos deben esperar que sus padres los protejan, los ayuden, estén siempre presentes y demuestren cariño y comprensión. Pero también es verdad que los hijos deben esperar que sus padres sean firmes, rigurosos, y no dejen pasar los errores que sus hijos cometen. Una familia según el corazón de Dios es una combinación de cuidado y protección, juntamente con disciplina y amonestación. Porque si en la familia no hubiera estos dos componentes, los resultados serían desastrosos.
El apóstol Paulo habla de disciplina y amonestación. ¿Cuál es el significado de estas dos palabras? La palabra disciplina, en este contexto, en la Biblia, tiene dos significados. El primero se refiere a la pena o castigo. En las sociedades antiguas, en Roma por ejemplo, el pater (el padre) tenía el derecho de propiedad sobre los hijos, pudiendo venderlos como esclavos, desheredarlos, azotarlos,  enviarlos a la prisión, o incluso matarlos cuando fuesen adultos. La legislación judaica, por su parte, autorizaba la muerte del hijo desobediente. El otro significado o sentido para la disciplina es educación, refiriéndose a los elementos que favorecen el desarrollo mental, moral y del carácter del niño. Probablemente este sea el énfasis del apóstol Pablo.
El significado de amonestación es instrucción y advertencia. Con esa palabra, se entiende que los padres tienen el deber de educar a sus hijos en los caminos del Señor, y tienen la obligación de llamarles la atención cuando estuvieran haciendo algo equivocado. Es decir, los padres no deben ser negligentes en su papel de llamar la atención a sus hijos. Parece que, de manera general, lamentablemente el modelo de familia en la actualidad prescindió de su papel preventivo y correctivo. Los niños, los jóvenes y adolescentes suelen ejercer una influencia tremenda en el ambiente familiar. Y con el deseo de no ser o parecer fastidiosos, algunos padres y madres dejan que los hijos cultiven y desarrollen comportamientos que deforman el carácter.
No obstante, ser buen padre y madre implica, muchas veces, ser o parecer fastidioso. Del mismo modo, construir un hogar sólido, establecer un hogar dentro de los caminos de Dios, colocar a la familia en primer lugar, tiene un costo que no todos pueden o quieren asumir. Ser buen padre y madre puede implicar menos dinero, menos fama, menos proyección social, menos lujo, y a veces, menos proyección profesional. Y hasta puede que los padres irresponsables miren con desdén a aquellos padres y madres que son verdaderamente padres y madres. En esos momentos, sería bueno recordar un dicho que define muy bien por qué vale la pena dar prioridad a la familia: “Ningún éxito en la vida puede compensar el fracaso en el hogar”.
Según el corazón de Dios
Una familia según el corazón de Dios debe ser un ambiente de aceptación, de valorización, de afecto. Al mismo tiempo, debe ser un ambiente donde haya orientaciones adecuadas, con una disciplina correcta. Una familia según el corazón de Dios es una mezcla de cuidado y protección, juntamente con disciplina y amonestación. Porque si en la familia no hubiese esos componentes, los resultados serán nefastos y pondrán en riesgo la eternidad de todos los miembros del hogar.
Los padres y madres tienen la responsabilidad de educar a sus hijos de manera consciente y de la forma correcta. Esto no es nada fácil. Pero, por la gracia de Dios, podemos encontrar orientación en su Palabra. ¿Ha buscado esas orientaciones?

La influencia de los padres en la identidad de los hijos e hijas


La identidad de los hijos e hijas recibe la influencia de agentes internos, los lutos, que se refieren a las pérdidas definitivas de sus lazos con la infancia. Pero no son solo los agentes internos que influencian la identidad de los hijos e hijas; hay agentes externos muy importantes, entre los cuales los padres son sumamente relevantes.
Los padres tienen el papel primordial en la adquisición de la identidad, pues “desde la más tierna infancia son las figuras que ayudan a configurar el mundo interno de cada persona, determinan gran parte de nuestros modelos de vida y nos pasan los ideales de cultura en la cual nacemos y crecemos. Resulta difícil separarse de ese mundo interno constituido tan temprano en la vida y que será el fundamento para futuros desarrollos, sobre ese modelo se construye a identidad”.
De modo que “cuando los padres o madres están ausentes, omisos, o simplemente no cumplen con sus responsabilidades socio-familiares, van deteriorando el ego de sus hijos. Faltan para ayudar a completar esa estructura fundamental que es la identidad.”[i] Todavía, los hijos muchas veces no se identifican con los padres; por el contrario, se rebelan contra ellos, rechazando su dominio, valores y orientaciones sobre particularidades de la vida. Este rechazo es necesario para “separar su identidad de la de sus padres y de la necesidad desesperada de participar de un grupo social”.[ii]
Esto implica afirmar que “la presencia externa, concreta, de los padres, comienza a ser innecesaria. Ahora, la separación de estos no solo es posible, como necesaria. Las figuras parentales están internalizadas, incorporadas a la personalidad del sujeto, y este puede comenzar su proceso de individualización… El adolescente tiene que dejar de ser a través de los padres para llegar a ser él mismo”.[iii] O sea, él no puede simplemente ser una copia de los padres; tiene que ser él mismo.
Y para conseguirlo necesita de cierto distanciamiento, para finalmente ser él mismo. Eso, claro, puede asustar a los padres, pues puede parecer que el hijo o hija, ahora adolescente, no ama a los padres ni a la familia. Pero no es verdad. El distanciamiento psíquico es solo circunstancial y necesario y hará del adolescente un ser único, auténtico. Y, mientras esto  sucede, los padres deben demostrar cariño, atención y comprensión, así como deben evitar “invadir” su privacidad. En el momento oportuno el hijo o hija “volverá” a los padres.
Las actitudes y la postura de los padres pueden ayudar o entorpecer la formación de la personalidad del hijo o hija, rumbo a la madurez. Los padres exigentes y punitivos, aunque sin querer o saber, terminan formando hijos impulsivos y hasta agresivos, por el hecho de no trabajar conceptos o valores internalizados. A su vez, padres afectivos y comprensivos favorecen en los hijos la formación de una personalidad sociable y auto controlada.[iv]
La sicóloga Elizabeth Hurlock destaca el impacto de los padres en las diversas áreas de la vida de los hijos: mental, social, moral y vocacional.[v] Su salud mental, por ejemplo, es influenciada por la estructura familiar, así como por el papel que él ocupa en ella. Dependiendo de cómo tratan los padres al primer hijo, puede ser más o menos optimista y motivado y puede vivir más o menos seguro, por el temor de ser desplazado del espacio que ocupa o por la tranquilidad de saber que, aun siendo el primero de dos o tres hermanos, tiene el espacio garantizado en su composición familiar.
En el aspecto social, si el hogar y los padres son bien ajustados, el hijo o hija tiende a ser socialmente exitoso, haciéndose popular entre los amigos y aun entre los adultos. De esa manera, se comunica mejor, evita la rebeldía social y valoriza el sentimiento gregario.
En cuanto al aspecto moral, un hogar equilibrado y maduro es ambiente propicio para el desarrollo de un hijo o hija de buen comportamiento, con esquemas firmes de carácter.
Por otro lado, hijos que crecieron en hogares psicológicamente desajustados, se caracterizan por demostrar mal comportamiento intencional, así como actos de agresividad y delincuencia.
En la cuestión vocacional, el hecho de que un hijo o hija convive en un hogar equilibrado y participativo le permite desarrollar actitudes de cooperación y sentido de utilidad. Eso se transforma en cuidado por la elección profesional y amor por el ejercicio del trabajo elegido.
Los tipos de padres
Los padres asumen diversas posturas o características al educar a sus hijos, y no siempre tienen consciencia de eso. En ese caso, pueden ser: negligentes, permisivos, autoritarios y participativos.[vi]
Los padres negligentes ofrecen a los hijos pocas reglas y límites, así como dan poco afecto y se integran poco en sus actividades y en sus vidas. Dan la impresión de que hay cosas más importantes que educar a los hijos; ellos piensan que los otros (escuela, iglesia, los propios hijos, etc.) deberían hacerlo. ¿Y cuáles son los resultados? Los hijos de padres negligentes tienden a cultivar las siguientes percepciones:
“Yo no tengo valor, y por eso nadie cuida de mí”.
“Si nadie cuida de mí, entonces nada vale la pena, nada tiene importancia”.
“Si mis padres no se preocupan por mí, seguramente no hay nada por lo que valga la pena preocuparse”.
El gran problema que causan los padres negligentes es que sus hijos también son negligentes en sus relaciones, llegan a ser descuidados o agresivos con las personas. En muchos casos, los hijos de padres negligentes piensan que el dolor del otro no importa; o sea, no importa el problema del colega o amigo. No tiene sentido el dolor del otro, pues no tiene sentido el propio dolor. En síntesis: “Los hijos abandonados tienden a abandonarse”.
Dicho en otras palabras, “hijos de padres negligentes tienden a ser negligentes consigo mismos. Ellos crecen con una sensación de tener poco valor y con alguna frecuencia aprenden a herirse a sí mismos, sea con notas bajas, enfermedad o mal comportamiento. Es la única forma de recibir algún cuidado”.[vii]
Así como los negligentes, los padres permisivos ofrecen pocas reglas y límites a los hijos; pero, a diferencia de aquellos, dan bastante afecto a los hijos y se integran mucho en las actividades. Esto de por sí puede parecer algo bastante positivo, y de hecho lo es. Pero infelizmente no es solo positivo. Sucede que padres permisivos terminan demostrando otra forma de negligencia: aunque afectivos, ellos son irresponsables y poco participativos cuando se trata de llamar la atención de los hijos, o cuando se trata de dejar que los hijos sufran las consecuencias de sus elecciones. Los padres están siempre listos a sobreproteger a los hijos. Eso provoca el sentimiento de fragilidad en el hijo, dándole la impresión de no tiene capacidad de enfrentar nada solo: papá y mamá siempre tienen que actuar. Eso hace que los hijos sean inseguros, tristes, provocando una incómoda baja autoestima.
Los padres autoritarios “ofrecen muchas reglas y límites, pero poco afecto y poca participación en la vida de los hijos”.[viii] Podemos caracterizar a estos padres como mandones, autocráticos y, a veces, dictatoriales. Padres autoritarios “creen que saben de todo y que su experiencia y papel los autoriza a no necesitar dialogar, negociar o dar valor al otro […] Quieren imponer su deseo a los hijos”.[ix] Por tener poca disposición para el diálogo, estos padres conocen poco de sus hijos, los cuales crecen sin sueños o intereses personales.
Por ser severos, demasiado exigentes, estos padres pueden desarrollar hijos perfeccionistas, siempre insatisfechos consigo mismos: sus errores, sus fallas comunes; al mismo tiempo, esos hijos pueden ser intolerantes con otros.
Padres ideales
Los padres ideales son los padres participativos: “imponen reglas y límites, pero también dan mucho afecto y se involucran directamente en la vida de los hijos”.[x] ¿Y cómo lograr ser un padre y madre ideales? Probablemente el secreto esté en el diálogo. Fundamentados en un diálogo maduro, estos padres explican a los hijos el porqué de las decisiones tomadas. Son firmes y claros en las explicaciones, y al mismo tiempo demuestran preocupación por los hijos, pues no consideran pérdida de tiempo dedicar minutos o hasta horas a la exposición de razones a los hijos.
Esta actitud demuestra que los padres participativos no confían en que la suerte determinará la felicidad presente y futura de la familia. No. Ellos asumen el timón del hogar como verdaderos capitanes, y están dispuestos a encarar los desafíos, con tal que puedan atravesar seguros los mares de la educación familiar.
Estas son algunas características de padres participativos:
Padres participativos no se quedan negociando las notas de los hijos en la escuela; conversan con los profesores, sí, pero en lugar de solo exigir una postura diferente de la escuela, exigen que sus hijos tomen el estudio en serio. Y les señalan el mejor camino para lograrlo.
Los padres participativos no solo les dicen a los hijos que esto o aquello está equivocado; van más allá; les dicen cuál es el comportamiento esperado, enfocan la postura correcta y no resaltan la postura equivocada.
Los padres participativos son amorosos y afectivos y al mismo tiempo firmes y disciplinan a sus hijos. Toman en serio el texto bíblico de Efesios 6:4, donde el apóstol Pablo presenta las responsabilidades de los padres hacia sus hijos.
Paternidad y maternidad: un desafío sagrado
Efesios 6:4 afirma: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Si por un lado la primera parte del versículo deja claro que no debemos ser opresivos, abusivos y descuidados con nuestros hijos, la segunda parte del versículo aclara que la vida familiar no es un circo ni un picnic, y tampoco una colonia de vacaciones. En la familia cristiana no todo es fiesta, carcajadas y juegos. En la vida familiar debe haber disciplina y amonestación.
La segunda parte del versículo citado es un aviso a los padres sobre la seriedad de la paternidad y de la maternidad, pero es también un mensaje indirecto a los hijos sobre lo que deben esperar de sus padres. Es verdad que los hijos deben esperar que sus padres los protejan, los ayuden, que estén siempre presentes, demostrando cariño y comprensión. Pero es también verdad que los hijos deben esperar que sus padres sean firmes, rígidos y que no dejen de lado las cosas equivocadas que los hijos comenten. Una familia según el corazón de Dios es una mezcla de cuidado y protección, junto con disciplina y amonestación. Porque si en la familia no se encuentran esos dos componentes, los resultados serán de tristeza aquí en la Tierra, con efectos irreparables para la eternidad.

[i] Mauricio Knobel. Orientação Familiar [Orientación familiar], p. 144.
[ii] Dinah Martins de Souza Campos. Psicologia da adolescência: Normalidade e Psicopatologia [Psicología de la adolescencia: Normalidad y Psicopatología] , p. 89.
[iii] Arminda Aberastury y Mauricio Knobel. Adolescência normal [Adolescencia normal], p. 36 e 66.
[iv] Elizabeth B. Hurlock. Desenvolvimento do adolescente [El desarrollo del adolescente]. Tradução de Auriphebo Berrance Simões. São Paulo: McGraw-Hill do Brasil, 1979, p. 498.
[v]  Ibíd., p. 468 a 473.
[vi] Adaptado de Leo  Fraiman. Meu filho chegou à adolescência, e agora?[Mi hijo llegó a la adolescencia¿y ahora?] Sao Paulo: Integrare Editora, 2011, p. 38-44.
[vii] Ibíd., p. 39.
[viii] Ibíd., p. 54.
[ix] Ibíd., p. 56.
[x] Ibíd., p. 63.

La importancia de la disciplina en la vida de un niño


Una vida disciplinada es fundamental para una vida de éxito. Pero ¿por qué es tan importante la disciplina? Y ¿de qué manera esta nos permite construir ciudadanos mejor preparados y más maduros? De modo más específico: ¿Por qué la disciplina es esencial para los niños?[1] Quiero presentar cinco respuestas a esas preguntas.
  1. La disciplina es parte de la educación infantil
Inicialmente, la disciplina es parte de la educación, y la educación en la infancia determina el carácter del adulto. En ese sentido, la disciplina no es un mero capricho de los padres o maestros, y sí un componente inherente del proceso educativo. Además se verá reflejado en la vida joven y adulta, según leemos en la siguiente declaración:
Las disposiciones y hábitos de la juventud se manifestarán con toda probabilidad en la edad madura. Podéis doblar un árbol joven dándole la forma que queráis y si permanece y se desarrolla como lo habéis doblado, será un árbol deformado, testimonio constante del daño y abuso recibidos de vuestras manos. Podéis, después de años de desarrollo, intentar enderezarlo, pero todos vuestros esfuerzos resultarán infructuosos. Será siempre un árbol torcido. Tal es el caso de las mentes de los jóvenes. Debiera enseñárseles cuidadosa y tiernamente en la infancia, porque en su futuro seguirán el curso en que se les encaminó en la juventud, sea debido o indebido. Los hábitos formados entonces se arraigarán y vigorizarán al crecer y adquirir fuerza el niño, y serán generalmente los mismos en la vida ulterior, con la diferencia de que se fortalecerán constantemente.[2]
El proceso de disciplinar es difícil y, por lo tanto, poco agradable, ya que por momentos se muestra en contra de la naturaleza infantil que tiende al deseo de libertad ilimitada. La siguiente cita aclara esa idea:
El descuido de la educación en los primeros años de la vida del niño y el consecuente fortalecimiento de las malas tendencias dificulta su educación ulterior y es causa de que la disciplina sea, con demasiada frecuencia, un proceso difícil. Tiene que ser penosa para la naturaleza baja, pues se opone a los deseos y las inclinaciones naturales, pero se puede olvidar el dolor si se tiene en vista un gozo superior.[3]
Balter y Shreve afirman que, aunque hace algunas décadas atrás se descuidaba la educación infantil, con los avances posibilitados por el psicolanálisis se hizo claro que las experiencias de la primera infancia desempeñan “un papel significativo y profundo en las relaciones adultas. Por lo tanto, el temperamento, la edad, las necesidades y el desarrollo de un niño deberían tenerse en cuenta durante su educación”.[4]
Sin embargo, los beneficios de la disciplina no deben considerarse solo en términos del futuro. James Dobson, por muchos años profesor de pediatría de la Facultad de Medicina del Sur de California, en Estados Unidos, afirma que los niños crecen “mejor en una atmosfera de amor genuino, circundada por disciplina racional, coherente”.[5] Y con respecto a la necesidad de disciplina en el universo infantil, el profesor Dobson completa:
En días de uso de drogas, inmoralidad, enfermedades de transmisión sexual, vandalismo y violencia, no debemos depender de esperanza y suerte para moldear las actitudes críticas que valoramos en nuestros hijos. La permisividad no solo fracasó como enfoque en la educación infantil, sino que ha sido un desastre para quien lo probó.[6]
La disciplina es fundamental en la infancia, para moldear la vida del adulto. Además, podemos pensar que el deseo de “libertad ilimitada”, además de ser de naturaleza infantil, niega la propia noción de la libertad humana. Y, como ya lo hemos visto, la libertad no es autosuficiencia y ni independencia. Diríamos entonces, que ese deseo ilimitado que toma control del ser humano es una forma de esclavitud. Y esclavitud es justamente lo que el ser humano no quiere, pero a la que corre peligro de quedar sujeto, pues si bien la libertad permite la no sujeción (y por eso es libertad), la esclavitud no contempla la libertad (y por eso es esclavitud).
  1. La disciplina prepara al niño para una buena convivencia
En segundo lugar, la disciplina prepara al niño para que pueda convivir mejor con otras personas. O sea, el niño debe ser disciplinado porque eso facilita la convivencia social. En este sentido:
Una de las primeras lecciones que necesita aprender el niño es la obediencia. Se le debe enseñar a obedecer antes que tenga edad suficiente para razonar. El hábito debería establecerse mediante un esfuerzo suave y persistente. De ese modo se pueden evitar, en extenso grado, esos conflictos posteriores entre la voluntad y la autoridad que tanto influyen para crear desapego y amargura hacia los padres y maestros, y con demasiada frecuencia resistencia a toda autoridad, humana y divina.[7]
Al hablar sobre los objetivos de la disciplina en el contexto escolar, Imídeo Nérici afirma que posibilitar una convivencia social positiva, con el mínimo posible de molestias, en un ambiente de cooperación y altruismo, es una de las metas a ser alcanzadas por la disciplina.[8] Y como sabemos que “no se puede vivir con otras personas sin normas comunes”, [9] es, entonces, importante respetar las reglas en el proceso de socialización. Con relación a esto, Victoria Camps, catedrática de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma:
La finalidad de las normas es el autodominio, el hecho de que las normas sean interiorizadas y sea el sujeto mismo quien se las imponga a sí mismo. A eso le damos el nombre de “libertad”, que no es la ausencia de normas, sino la aceptación autónoma y libre de lo que se debe hacer.[10]
En síntesis, convivir con otros exige vivir de manera organizada, no solo por una cuestión de orden, sino también para sentirse seguro entre otros y saber a qué atenerse.[11] Y aunque la libertad no sea un absoluto, “no podría darse si carecemos de restricciones, que son lo que la hacen posible”.[12]
  1. Un niño indisciplinado no sabe usar su libertad
Un tercer aspecto es que un niño indisciplinado (que vive sin restricciones) no sabe usar su libertad. O sea, la disciplina colabora en el aprendizaje del uso de la libertad. El niño disciplinado aprende a admitir las restricciones que otros le imponen y, como consecuencia, puede disfrutar más de su propia libertad. Preste atención a la siguiente cita:
No habiendo aprendido jamás a gobernarse, el joven no reconoce otra sujeción fuera de la impuesta por sus padres o su maestro. Desaparecida ésta, no sabe cómo usar su libertad, y a menudo se entrega a excesos que dan como resultado la ruina.[13]
Un resultado del mal uso de la libertad es el riesgo de ser esclavizado por los malos hábitos. La disciplina posibilita que el niño viva lejos de los hábitos destructivos y se someta a las orientaciones de las leyes de Dios:
El mayor mal que se le puede hacer a un joven o a un niño es el de permitirle que se someta a la esclavitud de un hábito malo. Los jóvenes poseen un amor innato a la libertad: La desean. Y necesitan comprender que la única manera de gozar esa bendición inestimable consiste en obedecer la ley de Dios. Esa ley preserva la verdadera libertad. Señala y prohíbe lo que degrada y esclaviza, y de ese modo proporciona al obediente protección contra el poder del mal.[14]
  1. La disciplina ayuda a enfrentar la vida
La disciplina es importante porque ayuda al niño a enfrentar los problemas que trae la vida. Un niño disciplinado está siendo preparado para una seria e inexorable realidad que enfrentará a lo largo de su existencia: la vida le impondrá disciplina severa y si el niño aprende eso en la infancia, no tendrá dificultades para vivir una vida adulta responsable. En ese sentido, creo que es significativa la siguiente declaración:
Después de la disciplina del hogar y la escuela, todos tienen que hacer frente a la severa disciplina de la vida. La forma de hacerlo sabiamente constituye una lección que debería explicarse a todo niño y joven. Es cierto que Dios nos ama, que obra para nuestra felicidad y que si siempre se hubiese obedecido su ley nunca habríamos conocido el sufrimiento; y no menos cierto es que, en este mundo, toda vida tiene que sobrellevar sufrimientos, penas y preocupaciones como resultado del pecado. Podemos hacer a los niños y jóvenes un bien duradero si les enseñamos a afrontar valerosamente esas penas y preocupaciones. Aunque les debemos manifestar simpatía, jamás debería ser de tal suerte que los induzca a compadecerse de sí mismos. Por el contrario, necesitan algo que estimule y fortalezca, y no que debilite.[15]
  1. La disciplina colabora con una vida de éxito
Finalmente, la disciplina permite una vida de éxito. Es porque “todo error, toda falta, toda dificultad vencida, llega a ser un peldaño que conduce hacia las cosas mejores y más elevadas”. De manera que “Por medio de tales vicisitudes han logrado éxito todos los que han hecho de la vida algo digno de ser vivido to”.[16] El psicólogo Yves de La Taille afirma que la existencia de límites restrictivos forman parte de la “buena vida” y son necesarios para alcanzarla y disfrutarla. En este caso, la educación y los educadores deben ayudar a los niños a construir y valorar tales límites.[17]
Los cinco factores mencionados anteriormente deben ser comprendidos en la perspectiva de que “el objeto de la disciplina es educar al niño para que se gobierne solo. Se le debería enseñar la confianza en sí mismo y el dominio propio”.[18] Por eso, es importante que el niño participe del proceso disciplinario para aprender a autocontrolarse, pues se entiende que la persona que solo confía en el juicio de los demás, tarde o temprano será corrompida y recibirá influencia negativa.[19] La enseñanza del autocontrol le puede otorgar autonomía al niño, lo que puede ser decisivo para que ella aprenda a tomar buenas decisiones, así como a administrar sus decisiones y a asumir la responsabilidad por ellas.
Disciplina y autonomía
Sabemos que el autocontrol tiene que ver con la autonomía, porque solo un niño autónomo puede ejercer el autocontrol adecuado. Y es Paulo Freire quien afirma la importancia de “estimular la necesidad de autonomía o de autoafirmación a un niño tímido o inhibido”.[20] Podemos sostener, entonces, que el niño estimulado adecuadamente puede ejercer autocontrol. Y eso es fruto del proceso de disciplina.
Por otro lado, el niño que es abandonado a su propia voluntad tendrá problemas más adelante cuando enfrente pruebas y frustraciones, porque puede llegar a demostrar el hábito de actuar por impulso. La impulsividad es uno de los grandes males que resultan de la falta de disciplina o límites. Lo que vemos en el siguiente párrafo es una especie de resultado de una educación que concede “libertad absoluta”, en la que el niño se comporta como quiere, sin ninguna especie de control:
Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño librado a su propia voluntad. Algunos de los que se extravían por habérselos descuidado en la infancia, volverán en sí más tarde por habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se pierden para siempre porque en la infancia y en la adolescencia recibieron una cultura tan sólo parcial, unilateral. El niño echado a perder tiene una pesada carga que llevar a través de su vida. En la prueba, en los chascos, en la tentación, seguirá su voluntad indisciplinada y mal dirigida. Los niños que nunca han aprendido a obedecer tendrán caracteres débiles e impulsivos. Procurarán gobernar, pero no han aprendido a someterse. No tienen fuerza moral para refrenar su genio díscolo, corregir sus malos hábitos, o subyugar su voluntad sin control. Los hombres y las mujeres heredan los errores de la infancia no preparada ni disciplinada. Al intelecto pervertido le resulta difícil discernir entre lo verdadero y lo falso.[21]
Un niño sin autocontrol puede ser un niño impulsivo, que no tiene dominio sobre sus acciones, lo que le puede traer graves perjuicios, pues no sabrá tratar apropiadamente con su libertad.
Cuando se habla de disciplina, el propósito no es simplemente afirmar que la persona debe someterse a un código de conducta. Lo que se enfatiza es la necesidad de que cada persona desarrolle el autocontrol para ser capaz de tomar sus propias decisiones. En este proceso, la escuela y el hogar son muy importantes y poseen el desafío no solo de ejecutar un proceso pedagógico, sino también de suscitar un estilo de vida. Toda esta preocupación va en el sentido de ayudar a tener cuidado con “la libertad ilimitada permitida a los hijos hoy en día”, que ha “mostrado ser la ruina de miles”.[22] Permanece el desafío de que padres y escuelas practiquen una educación suficientemente autónoma y al mismo tiempo responsable, ya que es mucho más fácil defender “viejas o nuevas certezas y decidir, sin matices, colocar severamente incontables límites o, al contrario, abdicar para siempre de ese papel”.[23]
De algo podemos estar seguros: la disciplina de manera equilibrada colabora en el desarrollo de niños y jóvenes maduros, ya que el niño “que no sabe cuáles son sus límites de comportamiento, se siente también inseguro y no amado. Encuentra libertad cuando conoce esos límites con seguridad”.[24] Este conocimiento personal da como resultado el autocontrol, posible gracias a una educación que centra su atención en la libertad humana.

[1] En este artículo, tomo como referencia los escritos y la perspectiva de Elena de White, pionera de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; ella fue una prolífica escritora, que trató diferentes temas. Uno de sus enfoques más instructivos es el que tiene que ver con el tema de la disciplina. Básicamente, este análisis se basa en su principal libro educativo, llamado La educación.
[2] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 21.
[3] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 295, 296.
[4] BALTER, Lawrence y SHREVE, Anita. Quem Controla Quem: Pais ou Filhos? [Quién controla a quién: ¿padres o hijos?] 2ª ed. Tradução de Lila Spinelli. São Paulo: Saraiva, 1991, p. 10.
[5] DOBSON, James. Ouse Disciplinar [atrévase a disciplinar]. São Paulo: Vida, 2004, p. 10.
[6] Ibid.
[7] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 287.
[8] NÉRICI, Imídeo G. Didática: Uma Introdução [didáctica: una introducción]. São Paulo: Atlas, 1992, p. 238.
[9] CAMPS, Victoria. O Que se Deve Ensinar aos Filhos. São Paulo: Martins Fontes, 2003, p. 90.
[10] Ibid.
[11] Ibid, p. 92.
[12] Ibid, p. 96.
[13] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 288.
[14] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 291.
[15] Ibid., p. 295.
[16] Ibid, p. 296.
[17] LA TAILLE, Yves de. Limites: Três Dimensões Educacionais [límites: tres dimensiones educativas], p. 61.
[18] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 287.
[19] Ibidem, p. 231.
[20] FREIRE, Paulo. Pedagogia da Autonomia [pedagogía de la autonomía], p. 34.
[21] WHITE, Elena G. de Consejos para los maestros, p. 112, 113.
[22] WHITE, Elena G. de Fundamentals of Christian Education, p. 63.
[23] LA TAILLE, Yves de. Limites: Três Dimensões Educacionais [límites: tres dimensiones educativas], p. 65.
[24] DRESCHER, John M. Sete Necessidades Básicas da Criança [Siete necesidades básicas del niño]. São Paulo: Mundo Cristão, 1999. p. 81.

jueves, 5 de enero de 2017

LOS 5 DESEOS DE JESÚS

¿Te has preguntado alguna vez qué es lo que Jesús desea de ti? ¿Qué es lo que Jesús espera de ti? Acompáñanos a reflexionar en LOS 5 DESEOS DE JESÚS a la luz de Juan 17:15-24. Inicia un nuevo año conociendo lo que Jesús desea de sus discípulos!


¡Que Dios te bendiga!
Pr. Heyssen J. Cordero
Puedes verlo desde mi canal de YouTube -> https://youtu.be/h1LrzlekYz0
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