jueves, 7 de julio de 2011

Control del apetito


Gén. 3:6:  Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árboles codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.

     “Eva tenía todo lo que podía hacerla feliz.  Estaba rodeada de frutas de toda variedad.  Sin embargo el fruto del árbol prohibido apareció más deseable a sus ojos que el fruto de  todos los otros árboles del huerto de los cuales podía comer libremente.  Fue intemperante en sus deseos.  Comió, y por su influencia, su esposo también comió, y una maldición descansó sobre amos.  La tierra  también fue maldecida a causa del pecado de ellos.  Y desde la caída, ha existido la intemperancia en casi todas sus formas.  El apetito ha dominado la razón.  La familia humana ha seguido una conducta de desobediencia, y como Eva, ha sido engañada por Satanás para descuidar las prohibiciones que Dios ha establecido, haciéndose la ilusión de que las consecuencias no serían tan terribles como se había creído” (Consejos sobre régimen alimenticio, Pág. 171).

              “Una de las más fuertes tentaciones a que el hombre tiene que hacer frente es la del apetito.  En el comienzo el Señor hizo al hombre recto.  Fue creado con una mente del todo equilibrada, y el tamaño y la fuerza de todos sus órganos estaban plena y armoniosamente desarrollados.  Pero debido a las seducciones del artero enemigo, la prohibición de Dios fue desatendida, y las leyes de la naturaleza exigieron su completo castigo...

     “Desde la primera vez que el género humanos e rindió al apetito, la complacencia propia ha seguido aumentando, hasta el punto de que la salud ha sido sacrificada sobre el altar del  apetito.  Los habitantes del mundo antediluviano eran intemperantes en el comer y beber.  Querían tener carne, aunque Dios en ese tiempo no le había dado al hombre permiso para consumir alimentos animales.  Comieron y bebieron hasta que la complacencia de su apetito depravado no conoció límites, y entonces se corrompieron tanto que Dios no los pudo soportar más.  Su copa de iniquidad se llenó, y el Señor limpió la tierra de esta contaminación moral por medio del diluvio” (Idem, Págs. 173, 174).

     Gén. 25:27-34: “... Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo...  Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas;  y él comió y bebió, y se levantó y se fue...”.

     Gén. 27:4, 14:  “Y hazme un guisado como a mi me gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera...  Y su madre hizo guisados, como a su padre le gustaba”.

     “Esaú un fuerte deseo especial de un alimento definido, y por tanto tiempo había complacido y el yo que no sintió la necesidad de abstenerse del plato tentador y codiciado.  Siguió pensando en él sin hacer ningún esfuerzo especial para reprimir su deseo, hasta que el poder del apetito venció toda otra consideración, y lo dominó, de manera que imaginó que sufriría gran inconveniente, y aún la muerte, si no podía tener aquel plato particular.  Cuanto más pensaba en el asunto, más se fortalecía su deseo, hasta que su primogenitura, que era tan sagrada, perdió su valor y su carácter sagrado” (Consejos sobre régimen alimenticio, Pág. 175).

     Ex. 16:3 “Y les decían los hijos de Israel:  Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos...”

     “Cuando el Dios de Israel sacó a sus hijos de Egipto, los mantuvo en gran medida privados de la carne, pero les dio pan del cielo, y agua de la dura roca.  Mas no se manifestaron satisfechos con esto.  Detestaron el alimento que se les había dado y desearon verse de vuelta en Egipto, donde podían sentarse ante las ollas de carne.  Preferían soportar la esclavitud, y aún la muerte, antes que verse privados de la carne.  Dios les concedió su deseo, dándoles carne, y dejando que comieran hasta que su glotonería produjo una plaga, de la cual muchos murieron” (Consejos sobre régimen alimenticio, Pág. 175).

     Dan. 1:5-8:  “... Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, no con el vino que él bebía...”

     “Las tentaciones a complacer el apetito representan un poder capaz de ser vencido sólo con la ayuda que Dios puede impartir.  Pero con cada tentación tenemos la promesa de Dios de que habrá una vía de escape.  ¿Por qué, entonces, tantos son vencidos?  Es porque no ponen su confianza en Dios.  No se valen de los medios provistos para su seguridad.  Las excusas ofrecidas para la complacencia del apetito pervertido no tienen, por lo tanto, peso alguno ante Dios.

     “Daniel evaluaba su capacidad humana, pero no confió en ella.  Su confianza estaba puesta en la fuerza que Dios ha prometido a todos los que acuden a él con humilde dependencia, descansando plenamente en su poder.

     “Propuso en su corazón de no contaminarse con la porción de la carne del rey, ni con el vino de su beber; porque sabía que un régimen semejante no fortalecería sus facultades ni aumentaría su capacidad mental.  No quería usar vino, ni ningún otro estimulante antinatural:  no quería hacer nada que oscureciera su mente; y Dios le dio “conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias”, y también entendimiento en toda visión y sueños” (Dan. 1:17)

              “los padres de Daniel lo habían educado en su niñez en hábitos de estricta temperancia.  Le habían enseñado que debía conformarse a las leyes de la naturaleza en todos sus hábitos:  que su comer y beber tenían una influencia directa sobre su naturaleza física, mental y moral, y que era tenido por responsable, delante de Dios, por su capacidades; pues él las consideraba todas como dones de Dios, y no debía empequeñecerlas o destruirlas por ningún proceder suyo.  Como resultado de esta enseñanza, la ley de Dios fue exaltada en su mente, y reverenciada en su corazón.  Durante los primeros años de su cautividad, Daniel estaba pasando por una gran prueba que había de familiarizarlo con la pompa, la hipocresía y el paganismo de la corte.  ¡Por cierto que era una extraña escuela para prepararlo para una vida de sobriedad, trabajo y fidelidad! Y sin embargo vivió sin ser corrompido por la atmósfera del mal de la cual estaba rodeado.

     “la experiencia de Daniel y de sus jóvenes compañeros ilustra los beneficios que pueden resultar de un régimen abstemio, y muestra lo que Dios hará en beneficio de los que cooperan con él en la purificación y elevación de las almas.  Ellos fueron un honor para Dios, y una luz brillante en la corte de Babilonia.

     “En esta historia oímos la voz de Dios que se dirige a nosotros individualmente y nos pide que reunamos todos los rayos de luz con respecto a este tema de la temperancia cristiana, para colocarnos en la debida relación con las leyes de la salud” (Consejos sobre régimen alimenticio, Págs. 182, 193).

     S. Mat. 4:2-4:  “Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.  Y vino a él el tentador, y le dijo:  si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.  Él respondió y dijo:  Escrito está:  No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

     “En el desierto de la tentación Cristo hizo frente a las grandes tentaciones fundamentales que habían de asaltar al hombre.  Allí se encontró solo con el enemigo sutil y astuto, y lo venció.  La primera gran tentación actuó sobre el apetito; la segunda, sobre la presunción; la tercera, sobre el amor al mundo.  Satanás ha vencido a millones tentándolos a la complacencia del apetito.  Por medio de la gratificación del gusto, el sistema nervioso se excita y el poder del cerebro se debilita, haciendo imposible pensar con calma y en forma racional.  La mente se desequilibra.  Sus facultades más altas y más nobles son pervertidas para servir a la lujuria animal, y los intereses sagrados y eternos son desatendidos.  Cuando se obtiene este objetivo, Satanás puede venir con sus otras dos principales tentaciones y hallar acceso libre.  Sus múltiples tentaciones surgen de estos tres grandes puntos principales.

     “De todas las lecciones que se desprenden de la primera gran tentación de nuestro Señor, ninguna es más importante que la relacionada con el dominio de los apetitos y pasiones.  En todas las edades, las tentaciones atrayentes para la naturaleza física han sido las más eficaces para corromper y degradar a la humanidad.  Mediante la intemperancia, Satanás abra para destruir las facultades mentales y morales que Dios dio al hombre como un don inapreciable.  Así viene a ser imposible para los hombres apreciar las cosas de valor eterno.  Mediante la complacencia de los sentidos, Satanás trata de borrar del alma todo vestigio e la semejanza divina” (Consejos sobre régimen alimenticio, Págs. 178, 179).

     “Satanás viene al hombre como vino a Cristo, con su muy poderosa tentación a complacer el apetito.  Bien conoce su poder para vencer al hombre en este punto.  Venció a Adán y Eva en el Edén en el terreno del apetito, y ellos perdieron su hogar bendito.  Lo que acumulara miseria y crimen ha llenado nuestro mundo después de la caída de Adán.  Ciudades enteras han sido borradas de la faz de la tierra por los crímenes degradantes y la iniquidad odiosa que las han convertido en una mancha en el universo.  La complacencia del apetito fue el fundamento de todos esos pecados” (Idem. Págs. 180, 181).

     “El Redentor del mundo sabía que la complacencia del apetito produciría debilidad física y embotaría de tal manera los órganos de la percepción, que no discernirían las cosas sagradas y eternas.  Cristo sabía que el mundo estaba entregado a la glotonería y que esta sensualidad pervertiría las facultades morales.  Si la costumbre de complacer el apetito dominaba de tal manera a la especie humana que, a fin de romper su poder, el divino Hijo de Dios tuvo que ayunar casi seis semanas a favor del hombre, ¡qué obra confronta al cristiano para poder vencer como Cristo venció!  El poder de la tentación a complacer el apetito pervertido puede medirse únicamente por la angustia indecible de Cristo en aquel largo ayuno en el desierto” (Idem. Págs. 2120, 221).

     1 Cor. 3:16, 17:  “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.

     1 Cor. 6:19, 20 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

     “No hay sino dos poderes que dominan la mente de los hombres:  El poder de Dios y el poder de Satanás.  Cristo es el Creador y Redentor del hombre; Satanás es el enemigo y destructor del hombre.  El que se ha entregado a Dios, se vigorizará para la gloria de Dios, en cuerpo, alma y espíritu.  El que se ha entregado al control de Satanás se destruye a sí mismo” (La temperancia, Pág. 245).

     “El apetito complacido, enemigo de la perfección  cristiana.  Es imposible que los que complacen el apetito alcancen la perfección cristiana.

     “El Espíritu de Dios no puede venir en nuestro auxilio y ayudarnos a perfeccionar caracteres cristianos, mientras estemos complaciendo nuestros apetitos en perjuicio de la salud y mientras el orgullo de la vida tenga el dominio” (Idem. Pág. 18).

     “Nosotros también podemos vencer.  Nuestra única esperanza de recuperar el Edén es por medio de un firme dominio propio.  Si el apetito pervertido tenía un poder tan grande sobre la humanidad, que, a fin de quebrantar su dominio, el divino Hijo de Dios hubo de soportar un ayuno de casi seis semanas a favor del hombre, ¡qué obra está delante del cristiano!  Sin embargo, por grande que sea la lucha, éste puede vencer.  Con la ayuda el poder divino que soportó las más fieras tentaciones que Satanás pudo inventar, él también puede ser completamente victorioso en su guerra contra el mal, y finalmente podrá llevar la corona de victoria en el reino de Dios” (Idem. Pág. 19)

Tito M. Rodríguez
Dpto. de Salud DSA.

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