lunes, 16 de septiembre de 2013

¡No le eche sal!


A la hora de la cena en toda Norteamérica, ya sea que comamos en casa o fuera de casa, el salero es un objeto prominente en la mesa. Sin siquiera probar su comida, algunas personas inician su conversación con “pásame la sal por favor”, para luego esparcir los cristalitos blancos sobre sus alimentos.
El uso de la sal es un hábito para muchos, y usarla con exceso puede crear problemas serios de salud, entre los cuales se encuentran la diabetes, la hipertensión, las cataratas, las piedras en los riñones, la osteoporosis y el cáncer del estómago. Esta es una lista considerable de achaques, y todo se debe a la indulgencia del deseo aparentemente inofensivo de consumir alimentos con más sabor.

La sal “buena”

La sal, o el cloruro de sodio, se encuentra naturalmente en muchos alimentos y también en el agua. Incluso los vegetales tienen sodio. No debiéramos criticar demasiado la sal, porque tiene su lado positivo, y a lo largo de la historia ha demostrado su valor como agente preservador. La Biblia menciona que los israelitas utilizaban la sal para darle sabor a sus alimentos y también la usaban en los cultos del templo (Job 6:6; Levítico 2:13). El profeta Eliseo una vez esparció sal sobre una fuente contaminada y transformó las aguas amargas en agua fresca que los habitantes de Jericó pudieran beber (2 Reyes 2:19-22). En el Nuevo Testamento se emplea el término sal de la tierra, que se aplica positivamente a la persona que vive con humildad según los principios del reino de Cristo (S. Mateo 5:13).
En los tiempos modernos, la sal recibe el elogio de los cocineros, que a veces usan una pizca para evitar que el merengue de los pasteles sea demasiado azucarado, o para prevenir que la cáscara de los huevos cocidos se raje totalmente.
También tenemos el beneficio preventivo de la sal yodada, especialmente para los niños que viven en áreas como los Grandes Lagos, donde no hay yodo en la tierra y por lo tanto tampoco lo contienen los cultivos de la zona.
Los científicos nos dicen que el cuerpo humano necesita sal para regular su balance de ácido. La presencia de la sal asegura que los fluidos en nuestro cuerpo contengan la cantidad óptima de ácido.

La sal “mala”

El problema está en que la mayoría de la gente necesita únicamente unos dos gramos de sal por día, alrededor de una cucharadita. Sin embargo, las personas que viven en el mundo industrializado comen más de cinco veces la cantidad necesaria para mantener una buena salud.
Afortunadamente, nuestros riñones pueden manejar el exceso de sal y eliminar un 90 por ciento de la sal sobrante por medio de la orina, pero esto sucede hasta los 50 o 60 años de edad. Después, ya no funcionan tan bien.
Los nutricionistas están convencidos de que no nacimos con el deseo de consumir sal. Es algo que desarrollamos, y mientras más comemos, más la deseamos.
Los estudios revelan que los habitantes del sur de los Estados Unidos consumen la mayor cantidad de sal, y tienen los niveles más elevados de alta presión en el país. Los que viven en la parte oeste comen la menor cantidad de sal, y tienen menos casos de hipertensión que los habitantes de otras partes del país.
La Asociación Americana del Corazón dice que disminuir el consumo de sodio en la dieta es una buena idea, pero la mayoría hace el cambio únicamente cuando tiene que hacerlo. Lo hacen cuando sus médicos le dicen que tienen que hacerlo debido a la alta presión. Cabe decir que para tener una mejor salud, conviene comenzar a reducir el uso de sal cuanto antes.
Las investigaciones muestran que 74,5 millones de norteamericanos tienen alta presión. También nos dicen que una de las mejores maneras de tratar la hipertensión es reducir la cantidad de sal en la dieta.
Tenemos que estar atentos, porque la sal se encuentra por todas partes y casi en todo lo que consumimos. El conocido autor de libros de cocina, Donald Gazzaniga, emplea la frase “sodio oculto” para agudizar nuestra percepción de que la sal se encuentra en lugares inesperados tales como el bicarbonato, la salsa de soya, la salsa de tomate enlatada y el pan. Se encuentra en la mayoría de los alimentos procesados y en la comida rápida.

No dependa de la sal

Usualmente toma cerca de un mes comiendo menos sal y alimentos bajos en sal para que disminuya el deseo de comer alimentos salados. Pero las personas que reducen la cantidad de sal en sus alimentos se sorprenden de cuán bien sabe la comida con menos sal. Los nutricionistas dicen que esto se debe a que se habían acostumbrados a gustar de la sal y no de los alimentos.
Haga todo lo que pueda para reducir su consumo de sodio. Deje la sal en el salero. ¡Haga usted los ajustes voluntariamente, antes que el médico los haga por usted!

Para reducir el consumo de sal

  1. Lea las etiquetas. Hasta el agua embotellada a veces contiene sal.
  2. No ponga el salero en la mesa. No le eche sal a las papitas.
  3. Coma frutas frescas y vegetales. Son bajos en sal y saludables.
  4. Reemplace la sal con especias y yerbas para cocinar.
  5. No se pase de una cucharadita de sal por día. Elimine las golosinas saladas.
Judith P. Nembhard, Ph.D., ha sido profesora y administradora universitaria, y escribe desde Chattanooga, Tennessee.
Fuente: el Centinela

jueves, 5 de septiembre de 2013

El triunfo de la familia


Los cambios que han perjudicado a la familia durante las últimas décadas han dejado un extraordinario saldo de víctimas, especialmente entre los niños y jóvenes.
Un estudio de 1988 reveló que más del 80 por ciento de los adolescentes en hospitales psiquiátricos proviene de hogares deshechos.1 Aproximadamente tres de cada cuatro suicidios ocurren dentro de hogares donde uno de los padres se ha ausentado.2 Un estudio de los habitantes de la isla de Kauai encontró que cinco de cada seis delincuentes provienen de familias donde falta uno de los padres.3 Incluso se ha comprobado que los niños que reciben atención positiva de ambos padres tienen mejores calificaciones en pruebas de lenguaje y matemática que los que viven en hogares con un solo progenitor.4 Otro dato importante es que los padres que asisten a servicios religiosos se involucran más en la vida familiar y contribuyen positivamente al bienestar de sus hijos.5
Es obvio que la familia tradicional de padre y madre en el hogar es mejor. Los niños, primeramente, y la sociedad, después, son los más beneficiados. En ese sentido, los tiempos pasados pudieron haber sido mejores.
No es que Dios no tenga en cuenta a los solitarios; todo lo contrario, pero el Señor inventó la familia y se relaciona con la humanidad muchas veces en términos de núcleos familiares. En el comienzo Dios creó a Adán y le dio la función de clasificar la creación y darles nombres a los animales. Y el flamante taxónomo vio que todos los animales tenían pareja, menos él. Esta función le hizo sentir la necesidad de una compañera, de una “ayuda idónea”. Cuando Dios le proveyó una compañera en un acto de clonación divina, Adán ya conocía lo que era sentirse solo, el único en su clase, sin nadie ni nada que lo comprendiese plenamente, excepto el Creador. Allí, en el verdor de su lujuriante hogar, Adán y Eva formaron la primera pareja, y con la llegada del pequeño Caín, la primera familia.
Los primeros capítulos de Génesis comienzan con un árbol genealógico de hombres y familias; y cuando la tierra sucumbe a la violencia y la corrupción, Dios escoge a una familia, la de Noé, para preservar la raza humana. Luego separa a Abraham y a su mujer para formar un nuevo pueblo. Muchos están familiarizados con la antigua epopeya y sus protagonistas: Sara, Lot, Agar, Ismael, Isaac, Rebeca, Jacob, Raquel, Lea, Esaú.
Cuando Dios promulga su ley, la familia nuevamente ocupa un lugar de prominencia. En el segundo mandamiento, Dios habla de las consecuencias de nuestros actos sobre nuestros hijos y descendientes. En el cuarto mandamiento, Dios especifica que toda la familia debe reposar el sábado: “No hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo… ni tu extranjero que está dentro de tus puertas” (Éxodo 20:8-11). El quinto mandamiento nos pide que honremos a nuestros padres, el séptimo prohíbe el adulterio y el décimo nos invita a contentarnos con nuestra familia y circunstancias. De diez edictos, cinco aluden a la familia.
En realidad, no solo honrar a nuestros padres produce bendición, sino que la familia misma, su existencia y el apoyo que significa son una de las mayores bendiciones otorgadas por Dios a los seres humanos.
La familia es el lugar donde los seres humanos aprendemos el amor y la tolerancia. El énfasis en el individualismo y el materialismo ha atentado contra el ingrediente básico del amor verdadero: la dadivosidad. En la Biblia y en el plano humano, amar es dar. Según Fromm, el amor capacita al hombre a “superar su sentimiento de aislamiento... En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”.6 El amor permite que podamos aceptarnos y unirnos a pesar de nuestras diferencias.
Por eso, el principio del amor debiera regir la vida familiar. Hemos de amar a nuestro cónyuge y a nuestros hijos. Honramos a nuestros padres, amándolos. El amor a nuestros seres queridos se manifiesta en el respeto, la consideración, la protección, el cuidado, el diálogo, etc. Este amor que va y viene entre padres e hijos produce personas con mayores recursos psicológicos y sociales, que están mejor preparadas para aceptar los profundos desafíos de la vida moderna. ¡Cuánto mejores serían los hogares si cada padre y madre dijera como Josué: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”! (Josué 24:15).


por Miguel A. Valdivia
1Jack Block, et al. “Parental Functioning and the Home Environment in Families of Divorce”, Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, p. 27 (1988).



El autor es el director de EL CENTINELA.
FUENTE: el Centinela
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...